Cuando el lucero se asoma
desflecando su melena,
cantan llenando la escena
las calandrias de la loma.
El viento, peinando, doma
la rudeza del juncal;
y en el extenso fangal
el silbón, como saeta,
abre a pico una jareta
que remata el pajonal.
Bajo el cardo, sorprendido,
un tero el silencio quiebra,
ahuyentando a la culebra
que intenta invadir su nido.
El biguá, que extraña el ruido,
sale del charco volando
y entre el bullicio, mirando,
un carancho
indiferente,
se parece a
un penitente
sobre las
ramas, orando.
Por el sueño
perseguido
y escrutando
en derredor,
vela un martín-pescador
entre la
paja escondido.
Con su rápido
volido
pasan
haciendo piruetas
las
gallardas tijeretas;
mientras la
nutria nadando,
deja una
estela brillando
sobre las
aguas inquietas.
De pronto,
marcando el cielo,
se nota un
punto borroso…
y un
graznido sospechoso
pone en los
ojos recelo.
En el rápido
revuelo
del que
ninguno regresa,
va cundiendo
la sorpresa
que en su
siniestra intención,
siembra
arrogante el halcón
que vuela en
pos de la presa.
Versos de Esteban
L. Aradó
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