El
sol repecha la cuesta
de
aquella tarde de enero,
y
hace hervir en su caldero
las
entrañas de la siesta.
Ramón,
luciendo una cresta
de
sudor en cada poro,
brega
bajo el fuego de oro,
y
es el machete que erige,
la
batuta que dirige
a
las cigarras del coro.
Con
la escoba se demora
barriendo
junto al galpón,
y
piensa, viendo al Ramón,
la
Tomasa, su señora:
“¡Tiempo que al tiempo devora
y con su marcha nos hiere.
Todo nace y todo muere
entre pena y desengaños.
Si después de tantos años,
el Ramón ya no me quiere!
¡Fue fugaz la primavera
de nuestros hondos amores.
No alcanzó para dar flores
la pasión que nos uniera.
Hoy, no me mira siquiera;
habla poco; ya no hay risas;
el fuego se hizo cenizas
y solo soy en su vida,
buena para hacer comida
o para lavar camisas!”
Perdida
en sus reflexiones
está
la mujer ausente;
se
mueve maquinalmente
sin
calcular las acciones.
En
tan duras condiciones
el
pie desnudo levanta,
y
en vez de apoyar la planta
sobre
la capa del suelo,
pisa
una sombra de hielo
que
reptando se adelanta.
Hondas
razones humanas
la
paralizan de miedo,
y
grita, al ver que en el dedo
la
‘muerte’ abrió dos ventanas.
Oye
las voces lejanas,
lleno
de angustia, el Ramón.
Es
un alud; un ciclón.
Corre
a la desesperada,
y de
una sola mirada
comprende
la situación.
“¡Jué la yarará maldita
y está lejos el dotor!
¡No hay tiempo! ¡Ayuda, Señor!
¡Mi mujer nos necesita!”
En
un rugido le grita:
“¡Tomasa: güelva la cara!”
Y el
machete que afilara
para
apurar el trabajo,
mata
a la ‘muerte’ de un tajo
y
el dedo del pie separa.
El
cauterio de una brasa
frena
el flujo de la herida,
mientras
de dolor transida
gime
y llora la Tomasa.
Ramón,
más calmo, la abraza
y
dice con voz quebrada:
“¡Perdone la atropellada
pero es que nos vi dijuntos,
porque si no estamos juntos
la vida no vale nada…!
¡Y ahura, a pesar del dolor
y de que’s largo el camino,
al tranquito del barcino
noj vamo’a ver al dotor.
Y dispués, por este amor
que’n nuestraj almaj estalla,
volvemoj’a la batalla
los dos bajo’l mesmo techo…!”
Y
la estruja contra el pecho,
la
besa largo… Y se calla.
Versos de Héctor
Pablo Robini
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