No preciso un gran
lugar
pa’ acomodarme
aparcero,
solo que tenga un
brasero
o un buen fogón, pa’
yerbear,
y si se pone a la par
a escuchar mis
cabildeos,
verá como yo lo veo
a ese gaucho que
talvez,
nunca precisó de un
juez:
gastó su vida en
arreos.
Era como sesentón
cuando conocí al
paisano
galopando por el yano
en su “Zaino”
relumbrón;
yo apenas era un
pichón
pero lo escuchaba
atento,
cuando afloraba algún
cuento
de yerras y camperiadas
y soportar la jornada
cuando arreciaban los
vientos.
Tráiba en su mentón
grabao
un barbijo como marca,
que media cara le
abarca
y lo luce sin cuidao;
herencia de su pasao
de infinidá de
entreveros,
algunos bastantes
fieros
tratando de sosegar,
y otros tuvo que guapiar
por parar los
bochincheros.
Era senciyo y
baquiano,
era soberbia su
estampa
que recorría la pampa
en su “Zaino rabicano”;
no lo paró ni un
pantano,
deboró muchos caminos,
con su destreza
imagino
de arriar y arriar
“¡opa… opa!”
yevando unida la tropa
hasta yegar a destino.
Cuando tenía‘lgún
arreo
nunca carculó las
leguas,
por nada se daba
tregua
en los guadales más
feos,
me parece que lo veo
volver en su pingo
airoso,
aunque haya sido
espinoso
y duro el trajín, por
cierto,
tráiba el corazón
abierto
y el mensaje más
hermoso.
Ansí transcurrió su
vida,
sus pichones se
volaron
y con su prienda
quedaron
con una luz encendida;
dice a su vieja
querida:
“-Aura tenís que
aguantarme,
porque yo pienso
quedarme,
otras changas tomaré
pero a su lao viviré
hasta el día de marcharme”.
Ansina vivió el resero
Rosendo Cervando
Arroyo,
toda una estirpe de
crioyo
siempre de vincha y
culero;
el corazón por entero
lo daba, si fuera el
caso,
porque siempre jue un
pedazo
de nobleza y heroísmo,
sin reveces ni egoísmo
era un paisano machazo.
Y con las sienes
nevadas
por el peso de los
años,
cuenta las cosas de
antaño
en miles de
trasnochadas;
se le pierde la mirada
por los caminos
lejanos,
silencioso los
paisanos
van carculando su
suerte,
porque de pronto… la
muerte…
los ha dejao orejano.
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