domingo, 29 de mayo de 2016

LA GENTE CON SU ESPERANZA

El canto no es solamente
fervor que se determina.
Es también sed que se inclina
por beber en la corriente.
Es pétalo combatiente
y es peñascal de oración;
ascua de sangre, pasión
que hundiéndose en cada cosa
desentierra una dichosa
noticia de corazón.

Cuando el verano arrodilla
la audacia de los maizales
y agobia de pedernales
el orden de la gramilla;
cuando una boca amarilla
se traga la sementera,
lo que hace al campo una hoguera
y a la tierra resquebraja
no es el agua que no baja
sino la gente que espera.

Si la troje manifiesta
su preñez, si el huerto ofrece
la euforia que lo abastece
de sombra y frutos en fiesta;
si en una parva recuesta
la alfalfa su resplandor
puedo agrupar el calor
de una sonrisa cansada
y palpar con la mirada
la cicatriz del sudor.

El vendaval que se lleva
los árboles a la muerte,
la mano helada que vierte
su sal en la siembra nueva,
la espiga que se subleva
y el surco que se demora
se pierden en la agresora
vehemencia de los abrojos
para encontrarse en los ojos
de la esperanza que llora.

Paren las vacas, relata
la tierra su alumbramiento;
y aunque un hachazo sediento
crezca en su negra fogata
hay un sonido escarlata
y hay un olor a vivir…
que si el nacer y el morir
son tiempos en el camino,
las ansias del campesino
piensan tiempos de reír.

El canto puede ilustrar
con sus alondras de fuego
los ámbitos del sosiego
y el sobresalto del mar.
Puede reunir y hospedar
el trueno con la azucena;
pero si en él no resuena
la gente con su esperanza,
sus rosas en alabanza
tendrán estambres de arena.

Versos de Guillermo Etchebehere

miércoles, 11 de mayo de 2016

CUANTO MÁS PUEDO DURAR

El viejo Rosendo Luna
viendo su etapa cumplida
decidió vivir la vida
disfrutando su fortuna.
No hallaron forma ninguna
de hacerlo reflexionar
cansado de trabajar
el día que cumplió setenta
dijo: “Pongo todo en venta…
¿cuánto más puedo durar?”

Y allí lanzó un desafía
diciendo: “Solo me basto
y a la plata me la gasto
porque lo que es mío es mío”.
Sin oír el vocerío
de sus hijos que a la par
no se podían resignar
que la herencia les gastara
y él les gritaba en la cara:
“¿Cuánto más puedo durar?”.

De bombachas y alpargatas
a la Capital viajó
y allá un piso se compró
con vista al Río de la Plata.
como había llegao a pata
se fue a una agencia a buscar
un auto para pasear
con vidrios polarizados
diciéndole a los empleados:
“¿Cuánto más puedo durar?”.

Eso sí, llevó el recao
de sus tiempos de jinete
y arriba de un caballete
lo tenía acomodao.
A veces, entusiasmao,
en él se solía montar
y a la gente del lugar,
que de abajo lo veía
desde el balcón le decía:
“¿Cuánto más puedo durar?”.

Los años lo fue pasando
en lujos y festicholas…
tiró tanto de las piolas
que seco se fue quedando.
Casi a los noventa, cuando
no había más para gastar
contento llegó a pensar
que la pobreza no mata…
viejo, sin campo y sin plata
“¿cuánto más podía durar?”

Y en un ranchito vivió
hasta el final de su vida
pues la familia, ofendida,
sin herencia, lo ignoró.
Su ejemplo a mi me sirvió
y a usté lo vengo a invitar:
anímese a desafiar
el temporal aunque moje
y haga lo que se le antoje
¿cuánto más puede durar?.


Versos de Marta S. Suint